Ya ha terminado de emitirse en Zankyou no Terror, el último trabajo de Shinichiro Watanabe. El director japonés cuenta con una trayectoria impecable, y todas y cada una de sus series han sabido brillar con luz propia. No sé si me atrevería a decir que Zankyou no Terror lo ha hecho con menos intensidad con el resto, pero sí sería conveniente analizar qué ha fallado en la ejecución de una serie que resultaba a priori, impecable.
Es intachable, y conviene comentar, que el nivel técnico de la serie a lo largo de sus once episodios ha sido de una calidad absoluta. El thriller de Watanabe se ha desenvuelto bien a lo largo de una trama quizás, algo complicada. Y digo esto porque no es común ver producciones de esta complejidad policiaca y de suspense en Japón. De hecho, de la última década tan sólo se me vienen a la cabeza Eden of the East (2009) y la exquisita Paranoia Agent (2004).
Con esto no creo que fuera justo para nadie, justificar el gran fallo de Zankyou no Terror en que contaba con la dificultad de introducirse en un género poco habitual en el anime — bajo unos estándares mínimos de calidad, quiero decir. Sin embargo, me gustaría romper una lanza a favor del coraje de Watanabe, Maruyama y el estudio MAPPA por dar espacio a historias más «occidentales», que por otra parte tienen mucho que aprender de la animación japonesa.
Dicho esto, siento mucha pena, porque no ha sido sino en la segunda mitad de la serie cuando un guión bien llevado ha tirado por derroteros que han restado buena parte del rigor y buenas sensaciones que transmitía Zankyou no Terror. Ese problema al que vengo haciendo alusión, y que sabréis reconocer si habéis visto la serie, se llama Five.
Se trata de un personaje, un personaje femenino concretamente, que ha tirado por tierra una de las mejores infraestructuras logradas de esta y de las últimas temporadas de anime en Japón.
No creo que sea un personaje innecesario; alguien tenía que estar ahí para hacer de antagonista a los propios antihéroes de la serie, pero bien es cierto que su ejecución dentro del conjunto del anime ha dejado mucho que desear.
Su entrada llega a raíz de la incursión de fuerzas americanas en la investigación — eje central de Zankyou no Terror. Fuerzas que han hecho las veces de circo ambulante que no tenía muy claro cuál era su papel en la serie. No lo tenían claro ellos, tampoco el gobierno japonés, y mucho menos el espectador. La única que parecía saber de qué iba la cosa era la propia Five, que desde su aparición hace acopio de todos sus poderes para ningunear a las autoridades y llevarlo todo a su terreno.
Al final, hemos acabado asistiendo a la lucha de Five por los intereses de Five y por el ombligo de Five, en una especie de relación amor-odio con Nine y Twelve que termina de la manera más absurda. Y oye, no ha estado mal, han logrado mantener la tensión y hacer de cada capítulo una carrera por la supervivencia, pero nuevamente, podríamos estar ante un resultado bien distinto.
Zankyou no Terror son muchas cosas, entre ellas duras críticas hacia el sistema japonés y estadounidense. Es también un pequeño halo de luz que indica un buen camino a seguir, en busca de equilibrar la balanza entre lo serio e intelectual con lo comercial.
La última serie de Watanabe se ha quedado muy cerca de ese objetivo, y no os negaré que me quedo con muy buen recuerdo de Nine, Twelve, Lisa y el genial Shibazaki, unos personajes que dan un sentido mucho más amplio a todas esas cosas que puedes sentir mientras ves Zankyou no Terror.
Pero Five, joder. Menudo grano en el culo.
Amigo de lo ajeno y pillado con las manos en la masa, por eso me echaron de aquí.