Voy a ser sincero: mi primer contacto con Akame ga Kill! (アカメが斬る!) no fue demasiado bueno. He de admitir que juzgué a los libros por sus portadas y la primera vez que me hablaron del manga de Takahiro (guión) y Tetsuya Tahiro (ilustración) mi primera búsqueda en la red me llevó a las portadas. En especial a la del tercer tomo. Y pensé «ah, un manga de tetas, qué pereza». Tardé poco en ver el primer y el segundo tomo en mi tienda de cómics local y el «oh, niñas monas acaparando la portada», tampoco ayudó demasiado.
Pero quien la sigue la consigue y un amigo me terminó interesando por el manga, así que decidí darle una oportunidad. Espero que tras estas líneas no venga a restregarme la razón que tenía, porque tras llegar con una opinión preconcebida y sin verdadera idea de la verdadera trama, me he quedado con buen sabor de boca.
Citaría la sinopsis oficial de Norma Editorial, la editora del manga en nuestro país. Pero si no sabéis absolutamente nada de este manga, probablemente os arruine el giro de guión inicial que si bien todo el mundo debería conocer ya a estas alturas, me gustaría reservar. Al menos durante unas pocas líneas, si para lo que habéis venido es para saber un poco de qué va y qué me parece en líneas muy generales. Pero ojo, deberíais dejar de leer después del bloque de cita. Igual no os renta el click para tan poco:
Nuestro protagonista, Tatsumi, es un chico de pueblo que, cansado de los altos impuestos y la pobreza de su villa, se arma de valor para lanzarse a la aventura de la capital y hacerse con un buen sueldo para sacar a sus vecinos de pobres. Para su sorpresa, la sociedad allí está aún más podrida, pero intenta labrarse un hueco hasta que se topa con Night Raid, una banda de asesinos dedicada a deshacerse de los más ricos e influyentes de la ciudad.
Y si bien con esa premisa no es una sorpresa ver que lo hediondo de la sociedad está entre los objetivos de Night Raid y tienen motivos de sobra para deshacerse de la gente, es muy interesante ver cómo son capaces de cambiar la luz que se arroja sobre ello en tan sólo unas páginas, tanto sobre el lector como sobre el protagonista, con unas grotescas imágenes que justifican al chico de campo a cambiar instantáneamente de bando y deshacerse de sólo un tajo de una aristócrata que había estado defendiendo con su vida escasas viñetas atrás. Y no tarda mucho en entrar en razón sobre quiénes son los malos y quiénes son ¿los buenos?
Y desde aquí se nos plantea una de las grandes bazas de este manga: el conflicto moral. Si bien los miembros del grupo de asesinos reconoce que lo que está haciendo no deja de ser asesinato. «No intentes edulcorarlo llamándolo justicia», «matamos gente por nuestros intereses», «que sea por un bien mejor no hace la muerte más soportable» y otras muchas líneas de pensamiento del estilo no dejan de poblar los primeros volúmenes, y es algo que se agradece. No porque el tropo del héroe moralmente ambiguo no se juegue lo suficiente en estos géneros, sino por la forma de plasmar una cruenta realidad en un mundo como el que nos presentan.
No obstante, a todas las imágenes sangrientas les acompaña una gran dosis de humor bien parido que sabe aprovechar la tormenta clichetástica a su favor, un par de cucharadas de la clásica épica over-the-top de combates y todas esas cosas que hacen que no deje de ser lo que es: un shonen que, a pesar de sus buenas ideas, sigue siendo un shonen. Sí. Incluido su fanservice, que, a pesar de descarado y en ocasiones incluso incómodo (en el sentido de «éste no es momento para tener a una mujer medio desnuda» o «por dios, que alguien les rocíe con agua fría un rato»). no entorpece el ritmo y buen hacer del autor. En resumen, un manga equilibrado.
Si continuamos con la historia que nos narra, vemos cómo durante las últimas páginas del primero, las «misiones» para nuestra pandilla mortífera, y en especial para el protagonista sólo sirven de calentamiento y para formar los primeros vínculos. Eso nos permite conocer un poco más su elenco de personajes, que es capaz de mostrarse carismático, variado y vistoso (especialmente cuando contamos con ilustraciones a color) a pesar de pecar de arquetípico en no pocas ocasiones. Por suerte, dejan bastante espacio para el desarrollo futuro, algo a lo que tendremos que estar atentos en los próximos tomos.
Al entrar en el segundo tomo apreciamos el primer despunte loco (que convierte ese par de cucharadas de la épica de combates en un par de cazos de servir sopa), disparando la escala de poder gracias a las armas imperiales, una serie de utensilios (a pesar de su nombre, no todos tienen por qué tener eficacia directa en combate) con poderes que superan la lógica y en muchas ocasiones, cualquier tipo de ley física. Gracias a ello, cualquier combate obtiene una dimensión más allá de la de mero trámite, pero no por ello dejándose de resolver de forma ágil y eficaz, evitando caer en el error de extender luchas durante capítulos y capítulos hasta el punto en el que no deseas que Namek explote de una condenada vez y que mueran ambos combatientes.
Dicha entrega también se quita los guantes para traernos otra de las virtudes de la serie: la inexistencia total de armadura de guión. Cuando decimos que cualquiera puede morir, cualquiera puede hacerlo. Nuestros protagonistas no son invencibles, ni están cerca de serlo. Un fallo tuyo o un gran acierto de tu contrincante y estás fuera, estés en el bando que estés y hayamos tenido o no tiempo a conocerte. Y eso aumenta nuestra tensión una vez nos llevamos la primera sorpresa: no podemos sentarnos a leer cómo van a salir victoriosos, sino si van a serlo. De nuevo, no es la panacea ni el invento narrativo del siglo pero sin duda alguna es algo que se agradece en este tipo de historias y que podríamos contar como prácticamente un requisito de éstas.
Y hasta aquí mis impresiones más generales sobre la narrativa y lo que Takahiro pone sobre la mesa para cerrarme la boca sobre el «jaja, un manga de tetas». Pero todavía me quedan cosas de las que hablar, claro está. Por ejemplo, del dibujo, que empieza resultando muy brusco (pero con un estilo y diseño de personajes que sabe llamar a distinción) y carente de fondos trabajados (sin dejar de sorprendernos en ciertas viñetas con efecto). No obstante, tengo la sensación de que a medida que pasan los capítulos se va logrando subir los puntos bajos y manteniendo la espectacularidad en los altos. Démosle algún tomo de ventaja a este apartado. También, y perdonadme si me repito con otras de mis reseñas, pero es algo que veo crítico en el género, he de felicitar el dinamismo de las escenas de combate. Como ya decía, son capaces de resolverse en pocas páginas y no es gracias a otra cosa que una narrativa ágil y un dibujo cinético muy expresivo. Especialmente disfrutable una vez que se abre la caja de la locura armamentística, pero también a menor escala.
Respecto a la edición, huelga decir que no se aleja del resto de tomos tankobon de Norma Editorial en dimensiones (13×18.2 cm) ni en construcción. Al ser capítulos largos (el manga está serializado en la revista mensual Gangan Joker) no caben demasiados en tan sólo 240 páginas (un par de ellas, a todo color), pero el ritmo hará que te sepan a suficiente hasta la próxima infusión de asesinos.
Así que sí. Akame ga Kill! me ha sorprendido muy gratamente. No es una obra maestra de las que pasarán a los anales de la historia, no es el próximo Full Metal Alchemist para las revistas de Square, pero que me aspen si no es una lectura que merece la pena si quieres leer algo interesante y que, aunque sea lo mismo de siempre en algunas cosas, las vueltas de tuerca le hagan merecer la pena.
«Mi título dice que soy Ingeniero en Telecomunicaciones. Mi puesto de trabajo, que soy desarrollador de software. Pero mi corazón me hace creativo.»
Y es que no podía comenzar a escribir estas líneas sin parafrasear la célebre cita de Satoru Iwata que tan bien define mi dualidad y, ya de paso, mi amor por el mundo del videojuego.

- Un manga muy equilibrado en sus vertientes de acción y humor
- El debate moral interno
- Personajes coloridos y carismáticos
- Que la tormenta de clichés te duela demasiado
- Si bien está controlado, el fanservice puede ser molesto