Con Tiana y el Sapo y Enredados, Disney abría la veda para un cine de princesas moderno, dejando atrás la figura estereotipada de una chica ceñida a las exigencias del guión. La apertura y desenlace del género es inamovible, pero estaba en sus manos la oportunidad de darle una vuelta de tuerca al desarrollo, y con Frozen: El reino del hielo han terminado de definirse en esta nuevo —y positivo— modus operandi.
Ya sabéis, se puede ofrecer lo mismo de siempre con un envoltorio diferente, y parecer que te están vendiendo algo distinto. En este caso es un poco tal que así, con la salvedad de que el resultado es apetecible. Ha bastado con darle un papel secundario al amor y al villano y dejar correr la historia, un poco del clásico Disney musical y mágico, otro poco del buen hacer mamado de Pixar en la animación y todo ello mezclado con unos personajes llenos de carisma.
Porque lo maravilloso de Frozen: El reino del hielo está en los personajes, simpáticos, cercanos y llenos de vida. La princesa es la principal implicada en la trama, sí, pero no por causa de una malvada bruja. De hecho, es la princesa la que provoca el mal en su reino, ahí es nada. Y en contrapartida, será su hermana y los personajes que le rodean los que perpetren la mayor parte de la acción.
Aciertos como el de Olaf que acercan el humor al filme o el de trasladar el romance a la coprotagonista junto a giros de tuerca hasta cierto punto inesperados, hacen de Frozen: El reino del hielo una película muy digna en la cita anual de Disney, que si bien es —quizás demasiado— concesiva a la hora de encauzarse para acabar con un final feliz, conseguirá mantenerte con la mueca de satisfacción a lo largo de sus casi dos horas de duración.
Pero si algo resaltar—además del fantástico corto de Mickey Mouse que hay antes de la película— es el trabajo de Christophe Beck con la banda sonora. Es impecable, y más aun en boca de los personajes, que devuelven la clásica musicalidad de la factoría Disney a un filme capaz de emocionar tanto al padre como al hijo, o a mí mismo.
Y es que los clásicos son irreemplazables, pero recuperar la historia de antaño con nuevos matices y las últimas técnicas de animación es todo un gustazo.
Amigo de lo ajeno y pillado con las manos en la masa, por eso me echaron de aquí.