Hace algunos días se propagaba la información de que Toshio Suzuki, la tercera pata que fundó y sostuvo a Studio Ghibli, junto a Isao Takahata y Hayao Miyazaki desde la producción, durante sus casi 30 años de historia hasta ahora, prácticamente se retiraba. Días después dicen desde Japón que fue un malentendido (¿os suena? Miyazaki ya ha hecho lo mismo varias veces).
Sea lo que sea, esto no hacía otra cosa que sumarse a los profundos cambios y reestructuración que está sufriendo el mítico Studio Ghibli este último año, unos cambios que generan inquietud entre sus seguidores, y entre la industria del anime en general, puesto que es evidente que Ghibli es un estudio muy particular, donde la autoría de sus trabajos ha sido férrea desde sus inicios, estrictamente ligados a la creatividad de dos genios como Miyazaki y Takahata, que conquistaron al público así: haciendo básicamente lo que les daba la gana.
Hayao Miyazaki anunció su retirada tras darse el gusto de realizar El viento se levanta, y ya llegando a los 73 años de edad (que todos podemos entender que no es una edad para estar doblando la espalda, escudriñando a través de sus gruesas gafas detalles imperceptibles de la animación, y con la tensión propia de una producción tan personalista y exigente). A nadie le gusta que Miyazaki se retire, pero se puede llegar a entender.
Luego está Isao Takahata, que culminaba los tortuosos 7 años de producción de Kaguya-hime no Monogatari con su estreno en cines japoneses el pasado mes de noviembre. Pieza clave, muchas veces en la sombra, pero soltando sus destellos de genialidad de cuando en cuando, este hombre de aspecto tan simpático tiene ya la friolera de 78 años. Él no ha anunciado su retirada, pero se da por supuesto que Kaguya es su último regalo a los espectadores. Además, su actitud de un tiempo a esta parte le delata: 14 años pasaron desde Mis vecinos los Yamada hasta su última obra. Él mismo se retiró tras ver que el fracaso comercial de su anterior película no ayudaba al estudio.
Le insistieron (y mucho) para que volviera a ponerse el mono de trabajo y estuviera al frente de Kaguya. Y se lo tomó con calma, se consumieron muchos recursos económicos y, en definitiva, se le dio vía libre bien merecida, no deja de ser una leyenda de la animación y se lo merece (fijaos, por ejemplo, en el bueno de Satoshi Kon: fallecido inesperadamente con 47 años y una película casi hecha que nadie se digna a terminar por no poner el dinero que resta. Vamos, que no todos tienen la misma suerte). Por cierto, también un sonado fracaso comercial en Japón la despedida de Takahata. Hay genios incomprendidos.
Y, como comentaba al principio, ahora también Toshio Suzuki daba un paso atrás diciendo que dejaba la producción de películas (y ojo, que había producido todas las del estudio desde Nicky, la aprendiz de bruja en 1989).
¿Qué está pasando? ¿Qué va a ser de Studio Ghibli? Yo no soy futurólogo, pero tengo mis serias dudas con lo que puede estar por venir en Ghibli.
A nadie se le escapa que, según los dos máximos ideólogos del estudio se iban haciendo mayores, la preocupación de Ghibli por su futuro se ha ido acentuando. En 1993 dieron la alternativa tímidamente a una producción televisiva como fue Puedo escuchar el mar, con los jóvenes animadores teniendo su oportunidad bajo la batuta de otro joven, Tomomi Mochizuki (Kimagure Orange Road, Ranma 1/2). La película no fue especialmente celebrada y de su director nunca más se supo dentro de Ghibli.
En 1995 sí decidieron darlo todo con Susurros del corazón, el propio Hayao Miyazaki sirvió de apoyo al debut de su viejo amigo Yoshifumi Kondô. Y les salió una película preciosa que convenció y que tenía su propia personalidad, un término medio entre la fantasía y la realidad. Había sucesor. Sin embargo esta vez fue el destino el que se interpuso en esta carrera por alcanzar un futuro digno a la brillantez de Takahata y Miyazaki, y es que el pobre Kondô falleció cuando su corazón no dio más de sí en 1998.
Todo se tambaleó entonces: Miyazaki pensó seriamente en la retirada (¿seriamente? bueno, sí, en su línea de «donde dije digo, digo Diego»), y sin embargo perpetró a continuación la fascinante El viaje de Chihiro. Y pensó en retirada. No todo el mundo sabe que entonces fue cuando reclutaron al ahora muy conocido Mamoru Hosoda para dirigir El castillo ambulante. Hosoda no duró ni dos asaltos en Studio Ghibli cuando vio que su libertad creativa quedaba reducida al mínimo. Es el sello de Ghibli, para bien y para mal. Así que Miyazaki tomó las riendas y el resto es historia de esta película que logró la nominación al Oscar (y muchas fans del andrógino Howl, aunque dudo que esto fuera buscado). Intento frustrado de sucesión.
Entre medias cabe mencionar la no muy afortunada Haru en el Reino de los Gatos, una película que casi parecía hecha para bajarse los humos el propio Studio Ghibli ante el éxito planetario de El viaje de Chihiro. Haru llegó un año después de ésta, en 2002, de nuevo como experimento para los más jóvenes animadores e introduciendo en la dirección a Hiroyuki Morita, otro del que poco más se supo después en puestos de responsabilidad. Fue un fiasco sobre todo porque se alejaba del estilo del estudio. Todo muy convencional, personajes planos, historia escasa, buenos y malos rutinarios… muy poco.
Y llegamos al momento crítico, punto de inflexión en toda regla: año 2006, estreno de Cuentos de Terramar, que venía precedida de una guerra abierta, pública y morbosa entre Hayao Miyazaki y el que por primera vez se ponía al mando de una película, su propio hijo, Goro Miyazaki. El conflicto estaba más que justificado, pues la decisión de introducir a Goro de una manera tan poco ortodoxa, dándole la dirección de una superproducción de Studio Ghibli cuando este pobre hombre no había trabajado en animación en su vida, era más que cuestionable.
Sí, Goro solo cargaba con un apellido muy grande y ninguna experiencia en la materia. ¿Pero cómo no mirar con recelo a alguien que había pasado de diseñar jardines a dirigir la adaptación al cine de animación de la famosa saga literaria creada por Úrsula K. Le Guin? Su padre fue el primero en negarse a participar en el proyecto (con bastante enfado), y parece que aquí lo que pesó más fue la decisión del productor Toshio Suzuki, que por lo visto se empeñó mucho. Y es que Suzuki no es tonto: como buen productor, sabiendo que Miyazaki padre estaba entrando ya en una edad muy avanzada, necesitaba ya de una vez por todas encontrar un referente de futuro. Y Suzuki es de los que ha demostrado que no suele equivocarse.
Al principio parecía que sí, pues Cuentos de Terramar fue una película que obtuvo una acogida bastante fría pese a utilizar todo el estilo y recursos artísticos propios de Ghibli. Yo soy de los que piensa (y siempre que puedo lo digo) que Cuentos de Terramar falla por Goro Miyazaki y no se hunde por el buen hacer del trabajo ya rodado del equipo habitual de Studio Ghibli. Esto ya no era una prueba de jóvenes: A Goro se le puso el equipo de profesionales habitual de las grandes producciones del estudio, y le acompañaron gente con talento y experiencia como Hiromasa Yonebayashi (a la postre director de Arrietty), entre otros. Terramar es una película que falla en su guión de manera reiterada, sin embargo da el pego porque tiene una bonita animación y una muy buena banda sonora.
Con todo esto no trato de crucificar a Goro Miyazaki, creo que puede tener futuro una vez adquirido el rodaje necesario en la profesión, pero es innegable que podría estar en la lista de enchufados más grandes de la historia del cine. Dar un primer paso así no es la mejor manera. Y, de hecho, para los espectadores, no quedó en el mejor lugar posible.
Hayao limó asperezas con su hijo (la sangre es la sangre) y al final vio la película de su hijo y le dio su tibia bendición. Una vez más Suzuki se salió con la suya e, indirectamente, convenció a Miyazaki de que lo mejor es que todo quedara en casa.
Esto nos llevaría, por fin, a entender el momento actual y lo que podemos esperar del futuro de Studio Ghibli. Pero no me olvidaré, antes de eso, de mencionar la otra vertiente de esta historia: si bien Goro entró, dicho mal y pronto, por enchufe; Suzuki (que repito, no es tonto) se aseguró de dar oportunidad a un joven «made in Ghibli». Esto es, alguien relativamente joven que ya estuviera curtido en el propio estudio y hubiera adquirido todos los esquemas, formas de trabajo, estilo y experiencia dentro del hermético estudio de animación. Aquí entra en escena Hiromasa Yonebayashi, al que en 2010 se le da la oportunidad, a sus 36 años, de dirigir Arrietty y el mundo de los diminutos, él sí con ayuda directa de Hayao Miyazaki.
La de Yonebayashi es una historia curiosa, pues es elegido para la dirección por delante de muchos otros talentos más visibles como podrían haber sido Kitaro Kosaka (Andalusia no natsu) o Yoshiyuki Momose (Ni no Kuni), pero el joven director de Arrietty no solo es elegido porque tenga aptitudes y lleve 15 años siendo un animador solvente en casi todas las producciones de Ghibli desde La Princesa Mononoke, sino que, como él mismo confiesa (y el productor Toshio Suzuki refrenda) su caracter abierto y su buena relación con los compañeros resultaron también fundamentales, de lo que se deduce que la dirección en animación no es solo ser un prodigio de la técnica y la materia audiovisual, sino que el saber manejar el trabajo en equipo es también muy importante.
A Yonebayashi, Arrietty le sale mejor que bien: sin ser brillante, sí presenta una buena película, sencilla y agradable, con un estilo reconocible y ciertos detalles que pueden augurar pequeños destellos de lucidez propia. Y lo mejor para respaldar su buen arranque como director es que la taquilla le respalda y es capaz de recaudar cifras casi solo al alcance del mismísimo Hayao Miyazaki. También importante, obtiene el reconocimiento comercial en buena parte del mundo, empezando por el gigante Estados Unidos, donde a día de hoy sigue siendo la 4ª película de animación japonesa más vista de la historia de este país, y la primera de Studio Ghibli allí, que no es poco.
Arrietty y Hiromasa Yonebayashi, después de mucho tiempo (como podéis comprobar), sí logran dar en el clavo en el camino sucesorio del estudio.
Solo un año después, y ya dando pistas de que se quiere acelerar la introducción de Goro Miyazaki en el mundillo, se lanza La colina de las amapolas. Reconciliación padre-hijo de por medio, el primogénito del genio recibe esta vez la ayuda de su padre y trabajan por primera vez mano a mano. Supongo que es importante para que el resultado final sea una sorprendentemente buena película, delicada y costumbrista, quizás incluso más cercana al estilo de Takahata que al del propio Miyazaki. La narración es fluida y la historia tiene más de lo que parece a simple vista. Aún la seguimos esperando en España, por cierto.
Vale, ¿y ahora qué? Con Miyazaki, Takahata y Suzuki con pie y medio fuera, como quien dice, parece que Studio Ghibli se queda sin referentes. Pero no es tanto así.
Los últimos movimientos y anuncios avanzan que muy probablemente todos los pasos van en la dirección de que Goro Miyazaki se convierta en el nuevo hombre fuerte de Ghibli. Se deduce cuando se apuesta definitivamente por él con varios proyectos en el horizonte.
También se da a entender que, con la retirada de Hayao Miyazaki, algunas costumbres estrictas que anclaban al estudio en un clasicismo que llevaba por bandera, se relajan. Hay un punto clave para pensar que las cosas están cambiando bastante en Ghibli, llevándolo hacia un futuro incierto, que es el anuncio de Sanzoku no Musume Ronia (Ronja, la hja del bandolero). No es una película, lo cual ya es una noticia de por sí. Es la primera serie de televisión producida por Studio Ghibli, la emitirá la NHK este otoño. La dirige el propio Goro Miyazaki. Solo con eso, un seguidor de toda la vida del trabajo de este estudio ya se queda un poco a cuadros. Pero la clave final es que se realizará con tecnología 3D CGI (vamos, animación generada por ordenador).
Cae así parte de una de las señas de identidad fundamentales de la compañía. Esto no quiere decir necesariamente que sea malo, pero genera incertidumbre y nos desvela que, efectivamente, esta vez de verdad las cosas están cambiando y que Hayao Miyazaki ya no está ahí para poner freno a las nuevas tendencias de la animación a las que siempre ha tenido reticencias.
Pero por otro lado está When Marnie Was There (Omoide no Marnie), película que se estrenará en Japón este mismo verano de 2014, que huele a clásico de Studio Ghibli por los cuatro costados y que hace repetir en la dirección a Hiromasa Yonebayashi, consagrándole así como el segundo elegido de la nueva era. No es para pasarlo por alto: Yonebayashi es el primer «novato» (junto a Goro) que logra repetir en la dirección. Todos los que fueron antes de él, como hemos visto, se quedaron en el camino.
¿Qué va a ser de Studio Ghibli? ¿Querrá mantener la esencia intacta y rendir tributo a sus fundadores en el futuro siguiendo la línea clásica y firme defensora del arte tradicional de la animación? ¿O se convertirá, poco a poco, en un estudio más, sin referencia clara, dedicado a compaginar películas y series con la ventaja de tener un sello que le va a otorgar prestigio (mientras no se lo carguen) al menos unos cuantos años más?
Mi opinión es que la cosa va a estar a medias. Creo que Goro Miyazaki terminará tomando las riendas del estudio, con un carácter mucho más aperturista que su padre, por lo que es probable que veamos en un futuro a medio plazo, que Ghibli se pliega más a las condiciones de la lógica empresarial y no tanto al valor artístico como hasta ahora, aunque pienso que no van a dejar de lado su seña de identidad de calidad, reconocida en todo el mundo.
Es probable que den mucha mayor salida a películas de forma más regular (al menos una película al año) y lo compaginen con una mayor diversificación en sus acciones, ya sea aportando con más asiduidad al mundo de los videojuegos (mercado lucrativo donde los haya ahora mismo); empezando a participar de forma más continuada en televisión con series de producción propia si la experiencia con Ronia es positiva (que a buen seguro lo será); y, en definitiva, abriendo su marca a muchos más ámbitos.
Esto creo que desgastará el concepto de Studio Ghibli tal y como lo conocemos, pero es que el cambio es obligado: No va a haber otro Hayao Miyazaki ni otro Isao Takahata. Podrá perdurar su estilo, pero no su arte y su genialidad. Y como no va a haber otros como ellos, tampoco podrá haber un Studio Ghibli como lo conocemos hasta ahora. Sí, seguramente seguirá siendo Studio Ghibli, harán cosas parecidas (algunas mejores, otras peores) a la «clase media» de películas del estudio no dirigidas por los fundadores, podrán cambiar algunos conceptos para optimizar su economía, pero pese a que todo esto suena a fin de una era, en los cambios también se pueden encontrar nuevas oportunidades.
Y, ahí sí, si Studio Ghibli logra un equilibrio, logra encontrar nuevos referentes que no intenten copiar a Miyazaki sino que tengan su estilo propio, sus inquietudes, siendo compatibles con un homenaje a la obra que levantaron dos inconformistas de la animación que se rebelaron contra la industria para terminar dominándola, entonces sí, estaremos hablando de un Studio Ghibli que ha evolucionado para encontrar su identidad. Porque la que va a perder, la actual, es irremplazable.
El viento se levanta
El viento se levanta (風立ちぬ, Kaze Tachinu), película de Studio Ghibli dirigida por Hayao Miyazaki | DVD y Blu-ray |