Quién le iba a decir al bueno de Kazuo Umezz que casi cuarenta años después, un joven Shuzo Oshimi sería partícipe de su rocambolesca historia. El creador de la conocida Aku no Hana —que empezaría a publicar un año más tarde— rendía su particular tributo a Aula a la Deriva con una historia que da un giro de tuerca al manga original. La inocencia trastornada de unos niños pasa a formar parte del embrollo personal y particular de cada uno de los adultos que se ven atrapados en un cibercafé del Japón actual. Bienvenidos a Cibercafé a la Deriva.
Las circunstancias personales forman parte de nuestro yo interior, de ese mundo desorganizado que todos llevamos dentro, que lucha por salir y enfrentarse a la poco deseada realidad. Nos atormenta vivir conforme a nosotros mismos, nos dejamos influenciar, nos aguantamos y reprimimos, y especialmente, intentamos que nada se salga de su sitio. Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Ese sosiego espiritual de cara al exterior es fundamental en nuestras vidas. Gracias a él conservamos nuestro trabajo mal pagado, nuestras falsas amistades, e incluso, nuestra integridad.
Necesitamos un espacio en el mundo. Así que oye, mientras existamos, mientras tengamos a qué agarrarnos y una superficie blanda sobre la qué caer, para qué mover las cosas de sitio. Al fin y al cabo, es una forma de vida aceptable. Vivir conforme a las comodidades y el bienestar que nos aporta la estabilidad. ¡Todos queremos estabilidad! Un trabajo estable, una casa, una familia, un coche. ¡Un coche!
Ahora, por un instante, pensad que toda esa estabilidad os es arrancada por la fuerza. Es más, que ese yo interior tiene la posibilidad, por fin, de manifestarse y decir lo que piensa. Un mundo sin reglas, devastado, en el que la ley del más fuerte impera en él sobre todas las cosas. Ahora sí, ahora ya sí puedes sacar lo que llevas dentro. Quizás no era lo que te esperabas; un punto medio, dirás, no hacía falta llevártelo todo. Pero ha pasado.
Un grupo de adultos, hombres y mujeres, coinciden en un cibercafé.
Uno de esos hombres es Toki, que tras salir del trabajo ve un cartel del local y decide entrar. En casa le espera su mujer, embarazada de su hijo. Sin embargo, la situación no parece ser la idónea para una pareja que espera un hijo. Toki está jodido. Para colmo, no deja de pensar en su primer amor, Kaho Tôno, y en lo que habría pasado si esa relación hubiese funcionado. No es que hicieran nada, ni siquiera besarse, pero necesita ese apoyo, esa forma de autoconvencerse de que vista la situación con su mujer, igual habría sido mejor seguir con Tôno.
Forma parte de ese razonamiento majadero inherente al ser humano que en una escala de valores, tiene en mayor estima aquello que nunca ha ocurrido.
Para suerte o desgracia de Toki, la chica que le lleva días rondando la cabeza está en el mismo cibercafé al que él acaba de entrar. Sí, Tôno también ha acabado metida en el local, y sí, ambos se reconocen y entablan una amistosa conversación —quizás Toki pretenda algo más que decir hola, pero eso es mera especulación— que se ve interrumpida por un extraño suceso: Los ordenadores no funcionan, los móviles no funcionan y están pasando cosas raras en el exterior; tendrán que pasar la noche en el cibercafé debido a la inundación y oscuridad pasmosa que hay fuera.
No tardarán mucho en darse cuenta de que eso no es más que el preludio de lo que el caprichoso destino —y esto es muy interpretable— les tiene preparados. El cibercafé se ha quedado aislado del mundo, no hay nada a su alrededor, ni personas, ni más edificios, nada. Sólo una especie de campo interminable que parece guardar más sorpresas de las que cabría esperar.
Así que volvamos al principio. ¿Qué harías en un mundo en el que sólo quedas tú y un puñado de desconocidos? Bueno, está claro lo que va a hacer Toki, pero antes, él y los que quedan cuerdos, tendrán que luchar contra ese yo interior que finalmente a aflorado de entre algunos de los reprimidos habitantes de este nuevo mundo. Se acabó el pedir permiso, ahora pueden hacer lo que quieran; el ser humano en su máximo esplendor.
Es terrorífico. Una catarsis incontrolable que sume al lector en una lectura llena de emociones. Suyas y de los personajes, capaces de manifestarse en una misma figura, pero siempre distantes gracias a la barrera de realidad que permite, al lector, seguir bajo sus normas y directrices de vida.
Cibercafé a la Deriva lo protagonizan individuos capaces de personificar en sí mismos el horror de ser, por primera vez, libres. Shuzo Oshimo traslada a nuestras carnes, con una facilidad inverosímil, todos y cada uno de los pensamientos de esas personas. Su egoísmo es el principal protagonista, y del mismo modo, su perdición.
Un nuevo tanto por parte de Milky Way Ediciones, que acierta de lleno con un autor magnífico y una obra que llena de esperanza nuestras estanterías. Ofrecer historias de calidad no es tan difícil, y para muestra Cibercafé a la Deriva, un manga que te agarra las pelotas cuando lo abres y no te las suelta hasta que lo has terminado. Seguirás sentado en el sofá de tu casa igual que al principio, pero el rato que echarás será espectacular.
Fundador, redactor jefe y editor de Deculture.es. Jugón desde la vieja escuela, amante de JRPGs y SRPGs, a poder ser de estilo clásico. Lector de cómics, amante del manga clásico.

- Un manga que sorprende desde el principio con un Oshimi como maestro de ceremonias que pone el broche de oro a la historia.
- La edición, por su parte, está muy cuidada y viene con un par de marcapáginas de regalo.
- Si leíste Aula a la Deriva la premisa ya la tendrás bastante asimilada.
- Tendrás que enfrentarte con más de una situación dura reflejo de esa crueldad y egoísmo de los personajes.